Esta es una de esas historias que me gustaría decir que le
sucedió al amigo de un amigo.
Estaba en el 26, yendo desde Caballito hasta Almagro, que
ahora dobla por Gascón, pero antes, en ese momento, agarraba Palestina dando
una vuelta rara que nunca entendí con que fin, la cosa es que en esa vuelta
pasó esto que pasó. Yo estaba parado a lado de uno de esos asientos para dos,
sentado estaba un viejo y una mina. Lo primero que noté fue al tipo, porque se
parecía al señor Miyagui, yo me reía interiormente y se ve que en una de esas
lo hice externo y la mina me vio y me sonrió, esta misma mina a la que no
le había prestado ni atención y esa que tenía mi verga prácticamente en la
cara. Me puse todo colorado y me tire para tras, ella se puso roja también. El
viejo miraba a cada rato por la ventana, buscando poder leer alguna calle,
entrecerraba los ojos tanto que parecían dos líneas, “debe estar por bajarse,
esta es la mía”. Estaba ansioso como un niño, que lindo el juego de acercarse a
una mina en el bondi e irte a tu casa con su teléfono en el bolsillo. Cuando el
viejo empezó a acomodar sus cosas yo ya estaba hasta las pelotas, “listo, me
siento alado y encaro”, ella ya estaba blanca y el señor Miyagui se puso la
bufanda, pidió permiso, ella se corrió, yo me corrí, el viejo pasó y yo me
senté de un sopetón.
“Hola” le
dije, “hola” respondió. No tuve ni tiempo de preguntarle el nombre, porque pasó
de blanca a violeta y me vomitó toda la geta. Aldana Capellano.
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